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Descripción
Se comienza a leer el libro de Yael Guerrero, e instintivamente, una va hacia aquellos versos de Héctor Viel Temperley "Voy hacia lo que menos conoci en mi vida, voy hacia mi cuerpo". Porque se lee por instinto, aunque el instinto esté viciado por todo aquello que ya se conoce y resuena, en nuestras lecturas, y corrompe, de alguna manera, la pura percepción. Sucede con lo que leemos, sucede con nuestro cuerpo. ¿Qué es un cuerpo, qué quiere, qué desea? ¿Qué es este mecanismo pensante que, pensándose, administra unas ideas sobre sí mismo, las compone, las destruye, las vuelve a componer? Hay, en la poesía de Guerrero, un cuerpo estallado, fragmentado. De a ratos aparecen ojos, la lengua, una boca. No puede, no, percibirse completo. La idea que tiene de sí obedece a los mecanismos de los flashbacks. Paisajes iluminados por un relámpago. Pequeñas epifanías de aquello que le es propio, de la carne con que anda.
"...afuera de las palabras/ sos apenas/ un mito de ruido y silencio..." escribe, y le encuentro razón. Me gusta esta poesía que no nos concede la gracia. Concede, en cambio, una pequeña y terrible verdad: "conservamos solo la individualidad del sufrimiento". Porque es en el sufrimiento, en el dolor, en el sabernos esto arrojado al mundo, en que componemos más fielmente aquello que posiblemente somos. ELENA ANNIBALI