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Descripción

¿Cómo hacer de la escuela un lugar donde poner a prueba nuestras sensibilidades y donde negarnos a aceptar lo que se da por sentado?
La escuela como una figura alojante capaz de albergar distintos modos singulares de existencia.
La escuela como un lugar donde construir conocimientos que propicien un mundo vincular y comunitario para poner límites a la cosi cación de las vidas.
¿Puede la escuela ser narrada como algo que nos da posibilidades de vidas dignas de ser vividas?
Si los conocimientos se viven en los cuerpos, ¿puede la escuela postularse también como un “archivo de sentimientos”?.
¿Cómo se mueve o se está moviendo la escuela en mis emociones cuando la evoco?
¿A qué emociones se me quedó pegada o adherida?
¿La escuela se duele? ¿se sufre? ¿se extraña? ¿se añora? ¿se lamenta?
¿Se desea? ¿se pierde? ¿se borra? ¿se examina? ¿me importa?
¿La escuela me avergüenza? ¿me atemoriza?
¿La escuela se odia y me odia? ¿se disfruta? ¿se crea y se recrea?
¿Me amenaza? ¿me discute? ¿la escuela se discute?
¿La escuela me cuida? ¿la escuela se cuida? ¿la escuela me alivia y se alivia?
¿La escuela me escucha? ¿la escuela se escucha?
¿La escuela erotiza? ¿seduce?

Cuando hay prisa, no se puede conversar. Cuando las cosas se aceleran hasta tal punto de la urgencia, la rapidez, la eficacia, la escuela deja de ser escuela. Y cuando hay prisa, no hay ternura. Es como si la ternura necesitara tiempo, pero la escuela también lo necesita, así como necesita lugar. Y la conversación necesita tiempo, aunque no necesite lugar específico. Pero las tres se rebelan al carácter epocal por excelencia, pre-pandémico y seguramente post-pandémico, que es el de la aceleración del tiempo, el de la urgencia.