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Descripción

"Cuando el tiempo era seco, Cordelia y el doctor bebían té afuera. Se sentaban a charlar a la sombra, debajo de los árboles. Cordelia le preguntaba por la escuela de medicina, por lo que le había significado haber sido hijo único. Ninguno de los dos tenía hermanos o padres vivos. Cordelia era una buena oyente y al doctor le gustaba hablar. Le hablaba de su infancia, de cómo acostumbraba quedarse por horas en el porche matando moscas, de cómo su padre les sacaba más fotos a sus perros de exposición que a él, de su tía que estaba en un convento y de las esperanzas que abrigaron sus padres de que él ingresara al seminario. Pero ni una vez mencionaba a su esposa; era como un libro cuyos capítulos intermedios se habían perdido. Cordelia sentía la falta de atención. De cerca, ella olía las bolitas de naftalina en el saco que él usaba en invierno, lo que la hacía pensar en un cajón que no había sido abierto durante mucho tiempo.

Para su cumpleaños número treinta, Cordelia se sentó con los pies en una palangana de agua caliente y oyó la tormenta. Era a fines de noviembre. Bebió tres grandes vodkas y se ató una cinta en el cabello. Los relámpagos brillaban intermitentemente en el cuarto. Cuando llegó el doctor, lo tomó de la mano y lo condujo hasta el huerto. Se recostó sobre el pasto húmedo.

-Tengo treinta -dijo.

-Vas a resfriarte.

-No me preocupa.

-¿Estás borracha?

-¿Importa? -dijo y se desabotonó el vestido.

Perdieron la noción del tiempo. Cuando el doctor miró la hora, acercó el reloj hasta su rostro y luego salió apurado, dejando huellas de neumático sobre el camino.

A la mañana siguiente, Cordelia estaba en la cama, mientras unos moscardones somnolientos luchaban contra los vidrios de las ventanas. Observaba las repentinas y veloces sombras de las golondrinas que pasaban volando frente a su ventana en parejas fugaces, restándole luz a su cuarto, y se maravillaba de que los seres vivos pudieran quedar suspendidos en el aire. Se imaginó el último de los frutos pasados, el último de los más tardíos, cayendo ante la menor brisa. No tenía corazón para arrancarlo. Se imaginó el tallo que se debilitaba, el fruto colgando de su planta, atrasándose, soltándose, luego dejándose caer, cayendo."